EJERCICIOS DE MICROCRÍTICA

Verborrea sígnica, significaciones interconectadas, el texto como un mundo: el mundo como un texto.

sábado, 15 de enero de 2011

Sangre azul vs. sangre roja

[En África] el rey era guerrero, cazador, juez y sacerdote; su simiente preciosa engrosa estirpe de héroes. En Francia, en España, en cambio, el rey enviaba sus generales a combatir; era incompetente para dirigir litigios, se hacía regañar por cualquier fraile confesor y, en cuanto a riñones, no pasaba de engendrar un príncipe debilucho, incapaz de acabar con un venado sin ayuda de monteros, al que designaban, con inconsciente ironía, por el nombre de un pez tan inofensivo y frívolo como era el delfín. Allá, en cambio -en Gran Allá-, había príncipes duros como el yunque, y príncipes que eran el leopardo, y príncipes que conocían el lenguaje de los árboles, príncipes que mandaban sobre los cuatro puntos cardinales, dueños de la nube, de la semilla, del bronce y del fuego.

Alejo Carpentier, El reino de este mundo


Si en un principio la palabra noble derivó de "excelente", bueno en demasía, destacable y "que conoce", no es fácil explicarse su degeneración posterior en la cultura europea, señalada agudamente por Carpentier en este fragmento. El noble "que conoce" la realidad sólo puede ser el africano, y no el debilucho y asesorado sabio que resultó en la larga casta de Borbones decadentes o de Delfines absolutistas. El absolutismo del príncipe africano es real: absolutamente lo domina todo, lo conoce todo, y se crea un sistema de valores propio, enervado por la sangre roja que le compone. El absolutismo europeo es un don, una herencia divina, un producto de la razón: "es así porque debe ser así". El príncipe africano es sin duda vitalista, en el sentido nietzscheano del término. Es la actitud lo que le instaura en la vida, y nunca su condición de africano: de hecho, Henri Christophe, negro que asume el poder tras derrocar a los franceses del poder haitiano, también recibe el castigo del vudú cuando se dedica a perpetuar la esclavitud y el sistema de poder blanco que había sido derrocado. No podía ser de otra manera, el color siempre es superficial y no otorga autenticidad per se.

Nosotros, occidentales, portamos la herencia de ese príncipe azul. Nos ha legado autoridad y derechos, pero también nos ha censurado la auténtica vida, la que conquista el africano a base de esfuerzo y conocimiento. Sólo ese príncipe africano es capaz de generar toda una visión mágica del mundo, pero actante, como la que Carpentier nos presenta en el libro. Sólo alguien con las suficientes agallas de coger el hacha de la vida puede llegar a crear su propio reino en este mundo. En este sentido cabe terminar la reflexión con uno de los últimos fragmentos de la novela, que acaba por confirmar ese vitalismo existencial carpentierano:

... Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.