EJERCICIOS DE MICROCRÍTICA

Verborrea sígnica, significaciones interconectadas, el texto como un mundo: el mundo como un texto.

lunes, 9 de mayo de 2011

El anhelo por la eternidad

There is a balance, a kind of standoff between the time continuum and the human entity, our frail bundle of soma and psyche. We eventually succumb to time, it´s true, but time depend on us. We carry it in our muscles and genes, pass it on to the next set of time-factoring creatures, our brown-eyed daughters and jug-eared sons, or how would the world keep going. Never mind the time theorists, the cesium devices that measure the life and death of the smallest silvery trillionth of a second... We [are] the only crucial clocks, our minds and bodies, way stations for the distribution of time.

Don DeLillo, Underworld

   Que el tiempo no existe es uno de los axiomas más útiles de los últimos descubrimientos científicos. Liberados de la tiranía del tiempo, medida igual de convencional que la cantidad de agua que cae en un metro cuadrado, el hombre se vería despojado de su corporalidad temporal y sumergido en el reino de la eternidad, quizá también de la perfección. 

Sobre esa operación de trascendencia descansan muchos de los consejos que los movimientos new age propagan urbi et orbe: "descrubre el niño que hay en ti", "vuelve a hacer de tu vida un paraíso", "vive el aqui y el ahora", "el pasado es sólo el filtro hacia tu futuro"... Parece que gracias a ellos podemos despojarnos del estrés, la cotidianeidad, la alienación y el sinsentido que a veces impera en nuestras vidas: "¿Por qué demonios estoy haciendo esto?" Sin duda, una píldora deseable.

El tiempo no existe, de acuerdo. Científicamente demostrado. Y, sin embargo, nuestras venas siguen portando la sangre gracias a la presión arterial que el latido de un corazón provoca en un momento preciso, ordenado por el impulso del cerebro, órgano que requiere de ese líquido visceralmente vital... La historia de nuestros cuerpos se dibuja cada instante. Igualmente, la historia de la humanidad se escinde de la de nuestros cuerpos y se escribe cada día. El estar condenado a la temporalidad es el sello más auténtico y distintivo del ser (humano), imposible de concebirse sin la historia y de vivir alejado de esa sucesión de segundos que lo mantiene, al menos aquí y ahora, desterrado de cualquier paraíso inmutable. 




sábado, 15 de enero de 2011

Sangre azul vs. sangre roja

[En África] el rey era guerrero, cazador, juez y sacerdote; su simiente preciosa engrosa estirpe de héroes. En Francia, en España, en cambio, el rey enviaba sus generales a combatir; era incompetente para dirigir litigios, se hacía regañar por cualquier fraile confesor y, en cuanto a riñones, no pasaba de engendrar un príncipe debilucho, incapaz de acabar con un venado sin ayuda de monteros, al que designaban, con inconsciente ironía, por el nombre de un pez tan inofensivo y frívolo como era el delfín. Allá, en cambio -en Gran Allá-, había príncipes duros como el yunque, y príncipes que eran el leopardo, y príncipes que conocían el lenguaje de los árboles, príncipes que mandaban sobre los cuatro puntos cardinales, dueños de la nube, de la semilla, del bronce y del fuego.

Alejo Carpentier, El reino de este mundo


Si en un principio la palabra noble derivó de "excelente", bueno en demasía, destacable y "que conoce", no es fácil explicarse su degeneración posterior en la cultura europea, señalada agudamente por Carpentier en este fragmento. El noble "que conoce" la realidad sólo puede ser el africano, y no el debilucho y asesorado sabio que resultó en la larga casta de Borbones decadentes o de Delfines absolutistas. El absolutismo del príncipe africano es real: absolutamente lo domina todo, lo conoce todo, y se crea un sistema de valores propio, enervado por la sangre roja que le compone. El absolutismo europeo es un don, una herencia divina, un producto de la razón: "es así porque debe ser así". El príncipe africano es sin duda vitalista, en el sentido nietzscheano del término. Es la actitud lo que le instaura en la vida, y nunca su condición de africano: de hecho, Henri Christophe, negro que asume el poder tras derrocar a los franceses del poder haitiano, también recibe el castigo del vudú cuando se dedica a perpetuar la esclavitud y el sistema de poder blanco que había sido derrocado. No podía ser de otra manera, el color siempre es superficial y no otorga autenticidad per se.

Nosotros, occidentales, portamos la herencia de ese príncipe azul. Nos ha legado autoridad y derechos, pero también nos ha censurado la auténtica vida, la que conquista el africano a base de esfuerzo y conocimiento. Sólo ese príncipe africano es capaz de generar toda una visión mágica del mundo, pero actante, como la que Carpentier nos presenta en el libro. Sólo alguien con las suficientes agallas de coger el hacha de la vida puede llegar a crear su propio reino en este mundo. En este sentido cabe terminar la reflexión con uno de los últimos fragmentos de la novela, que acaba por confirmar ese vitalismo existencial carpentierano:

... Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Las luces del pasado

Qué más da el sol que se pone o el sol que se levanta,
la luna que nace o la luna que muere.

Mucho tiempo, toda mi vida, esperé verte surgir entre las tinieblas monótonas,
luz inextinguible, prodigio rubio como la llama;
ahora que te he visto sufro, porque igual que ellos
no has sido para mí menos brillante,
menos efímero o menos inaccesible que el sol y la luna alternados.

Mas yo sé lo que digo si a ellos te comparo,
porque siendo brillante, efímero, inaccesible,
tu recuerdo, como el de ambos astros,
basta para iluminar ausente toda esta sombra que me envuelve.

Luis Cernuda, en Los placeres prohibidos
 

EN UNA de las celebraciones más redentoras del amor, Cernuda exalta el recuerdo del amante pasado como una fuerza capaz de salvar, por sí sola, toda la soledad sombría que experimenta el poeta en el presente.

Se vale Cernuda de una concepción cósmica del amor, tratando al hombre como un microcosmos en el cual acontecen todos los fenómenos del universo, y experimenta el amor como una fuerza cósmica que pasa a través de él mismo más allá de la distancia impuesta por el espacio o el tiempo. Esa potente fuerza se presenta, además, asexuada, sin un género definible, pues es su brillo lo que nos ciega (la luz como fenómeno transcorpóreo, no carnal), siendo mayor ese brillo que el Sol (polo masculino) y la Luna (polo femenino) juntos.

Es así como el poeta canta al amor cósmico y espiritual del universo, que calienta los planetas igual que a ese satélite rutilante y enfermizo que todo ser humano posee: su corazón.

jueves, 14 de octubre de 2010

Las sagradas familias

El modelo familiar tradicional de ie sufrirá una embestida brutal en la segunda mitad del siglo XX por culpa de la segunda oleada de occidentalización de Japón, representada por la ocupación norteamericana de la posguerra y la carrera económica de Japón de las décadas siguientes. La cornamenta de esa embestida es el nuevo concepto social de katei (hogar, familia), presentado por sus abogados bajo la aureola de la modernidad e inspirado en la ideología cristiana de la monogamia y el ideal occidental de amor romántico. La familia katei fue considerada como la versión japonesa de la moderna familia occidental, centrada en una pareja casada por amor y en sus hijos; a diferencia del tradicional sistema ie multigeneracional, los padres del marido, aunque éste fuera el primogénito, no cabían en el moderno esquema familiar.
Carlos Rubio, Claves y textos de la literatura japonesa

No parece difícil continuar el párrafo con una frase del estiloo "y de esta manera el sistema neoliberal recién implementado en Japón se aseguró la existencia de un negocio más: el de las residencias de ancianos".

En Japón ha sucedido como en la mayoría de los territorios del planeta, donde los modelos de familia hollywoodienses (¡que sería de Occidente sin el Teatro Kodak!), con esa "ideología cristiana de la monogamia y el ideal occidental de amor romántico", parece la única alternativa sensata posible. El amor libre de los anarquistas ha sufrido muchos varapalos -casi todos por su incompatibilidad con un sistema que pide la regulación y el establecimiento de núcleos familiares a lo Kelly family- y el resto de modelos familiares del planeta, desde el matriarcal de los mayas o algunas tribus del norte de la India al poligámico de los musulmanes, no gozan de puestos altos de popularidad ni aprobación entre los cánones eurocentristas. Mientras tanto, seguimos creyendo en ese "ideal occidental de amor romántico" como la única opción posible, consistente en hombre conoce a mujer (¿mujer conoce a hombre? ¡qué lanzada!) para casarse, hijos en el hogar, padres al residencial ("sabemos cómo arreglárnoslas perfectamente sin vuestros consejos, pero... ¡quedaros al niño mañana otra vez, que trabajo hasta las 8!") y comiendo perdices toda la vida.

Sin embargo, como si lanzara la piedra sobre su propio tejado, la misma globalización facilita el alcance a otras culturas, a otras opciones de entender el amor y la familia que poco a poco van abriéndose paso, incluso en el ámbito legislativo. ¿Holocausto familiar? No parece probable. Ya se sabe que la naturaleza, imparable, sigue abriéndose camino, aunque nosotros encorsetemos sus flujos con tapperwares. Ya se sabe, un día unas salchichillas, otro una tortilla, una ensalada para el día del spinning, o sólo un par de tomates con dos o tres pepinillos. Con fecha de caducidad, claro.