EJERCICIOS DE MICROCRÍTICA

Verborrea sígnica, significaciones interconectadas, el texto como un mundo: el mundo como un texto.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Las luces del pasado

Qué más da el sol que se pone o el sol que se levanta,
la luna que nace o la luna que muere.

Mucho tiempo, toda mi vida, esperé verte surgir entre las tinieblas monótonas,
luz inextinguible, prodigio rubio como la llama;
ahora que te he visto sufro, porque igual que ellos
no has sido para mí menos brillante,
menos efímero o menos inaccesible que el sol y la luna alternados.

Mas yo sé lo que digo si a ellos te comparo,
porque siendo brillante, efímero, inaccesible,
tu recuerdo, como el de ambos astros,
basta para iluminar ausente toda esta sombra que me envuelve.

Luis Cernuda, en Los placeres prohibidos
 

EN UNA de las celebraciones más redentoras del amor, Cernuda exalta el recuerdo del amante pasado como una fuerza capaz de salvar, por sí sola, toda la soledad sombría que experimenta el poeta en el presente.

Se vale Cernuda de una concepción cósmica del amor, tratando al hombre como un microcosmos en el cual acontecen todos los fenómenos del universo, y experimenta el amor como una fuerza cósmica que pasa a través de él mismo más allá de la distancia impuesta por el espacio o el tiempo. Esa potente fuerza se presenta, además, asexuada, sin un género definible, pues es su brillo lo que nos ciega (la luz como fenómeno transcorpóreo, no carnal), siendo mayor ese brillo que el Sol (polo masculino) y la Luna (polo femenino) juntos.

Es así como el poeta canta al amor cósmico y espiritual del universo, que calienta los planetas igual que a ese satélite rutilante y enfermizo que todo ser humano posee: su corazón.

jueves, 14 de octubre de 2010

Las sagradas familias

El modelo familiar tradicional de ie sufrirá una embestida brutal en la segunda mitad del siglo XX por culpa de la segunda oleada de occidentalización de Japón, representada por la ocupación norteamericana de la posguerra y la carrera económica de Japón de las décadas siguientes. La cornamenta de esa embestida es el nuevo concepto social de katei (hogar, familia), presentado por sus abogados bajo la aureola de la modernidad e inspirado en la ideología cristiana de la monogamia y el ideal occidental de amor romántico. La familia katei fue considerada como la versión japonesa de la moderna familia occidental, centrada en una pareja casada por amor y en sus hijos; a diferencia del tradicional sistema ie multigeneracional, los padres del marido, aunque éste fuera el primogénito, no cabían en el moderno esquema familiar.
Carlos Rubio, Claves y textos de la literatura japonesa

No parece difícil continuar el párrafo con una frase del estiloo "y de esta manera el sistema neoliberal recién implementado en Japón se aseguró la existencia de un negocio más: el de las residencias de ancianos".

En Japón ha sucedido como en la mayoría de los territorios del planeta, donde los modelos de familia hollywoodienses (¡que sería de Occidente sin el Teatro Kodak!), con esa "ideología cristiana de la monogamia y el ideal occidental de amor romántico", parece la única alternativa sensata posible. El amor libre de los anarquistas ha sufrido muchos varapalos -casi todos por su incompatibilidad con un sistema que pide la regulación y el establecimiento de núcleos familiares a lo Kelly family- y el resto de modelos familiares del planeta, desde el matriarcal de los mayas o algunas tribus del norte de la India al poligámico de los musulmanes, no gozan de puestos altos de popularidad ni aprobación entre los cánones eurocentristas. Mientras tanto, seguimos creyendo en ese "ideal occidental de amor romántico" como la única opción posible, consistente en hombre conoce a mujer (¿mujer conoce a hombre? ¡qué lanzada!) para casarse, hijos en el hogar, padres al residencial ("sabemos cómo arreglárnoslas perfectamente sin vuestros consejos, pero... ¡quedaros al niño mañana otra vez, que trabajo hasta las 8!") y comiendo perdices toda la vida.

Sin embargo, como si lanzara la piedra sobre su propio tejado, la misma globalización facilita el alcance a otras culturas, a otras opciones de entender el amor y la familia que poco a poco van abriéndose paso, incluso en el ámbito legislativo. ¿Holocausto familiar? No parece probable. Ya se sabe que la naturaleza, imparable, sigue abriéndose camino, aunque nosotros encorsetemos sus flujos con tapperwares. Ya se sabe, un día unas salchichillas, otro una tortilla, una ensalada para el día del spinning, o sólo un par de tomates con dos o tres pepinillos. Con fecha de caducidad, claro.

lunes, 11 de octubre de 2010

La necesidad del Otro

Comentando a Kojin Karatani por su Tankyu I, Fuminobu Murakami hace la siguiente reflexión:

Kojin Karatani also warns us that a lack of heterogeneity results in solipsism. He divides human relations into two categories: relations between those who have a common code (a common language game) and those who do not. While communication among the former results in introspection, in the latter it results in relations between teaching and learning or selling and buying. In order to criticise the solipsism produced in the former paradigm, Karatani insists that we have to invite the Other who belongs to a different language game into the singular culture (Fuminobu Murakami [2005] Postmodern, feminist and postcolonial currents in contemporary Japanese culture).

Si seguimos al filósofo japonés, jamás podremos salir de nosotros mismos (de la introspección) hasta que no tratemos con alguien que no habla nuestro mismo idioma. Como la relación primaria que se establece con un foráneo es puramente transaccional, la relación deja de anquilosarse en nuestra individualidad y comienza un enriquecedor intercourse o intercambio: más allá de negociar los significados propios que atribuimos a las palabras de nuestra lengua materna, ahora debemos transaccionar (en una lengua materna adaptada, en el mejor de los casos, pero frecuentemente a través de una interlengua) con alguien que empezará a poner en duda nuestros propios fundamentos.

Esta vacilación de las raíces no se produce, únicamente,  por el encuentro con la otra cultura. Karatani reflexiona sobre algo más básico: la imposibilidad de ser uno mismo en otra lengua, la multiplicidad de caracteres que ello implica, nos fuerza a abandonar el solipsismo "putrefactor". Así, descubrimos al Otro, nos redescubrimos a nosotros mismos y entendemos, finalmente, nuestra verdadera naturaleza: la heterogeneidad mantiene una relación de coimplicación con la homogeneidad. Es lo mismo que decir, cayendo en una paradoja primordial, que nuestra esencia (que denota permanencia, existencia, identidad) es una mixtura (que denota intercambio, cruce, dinamismo). Lo demás es cáscara podrida.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Los tesoros ocultos

¿Qué caminante
se para en primavera
a ver el campo?
Pero allí, escondidas,
¡cuánta flor sin nombre!

Sen no Rikyu (1522-1591), trad. de Carlos Rubio






LA MIRADA hacia el mundo del hombre logocéntrico da status de realidad a lo observado, a lo pensado y filtrado a través de la mente. Así creemos alcanzar la verdad de las cosas, y es la razón el camino emprendido por el hombre logocentrista que busca encontrarse a sí mismo. Efectivamente, no podría estar más perdido.

El pequeño poema de Sen no Rikyu permite vislumbrar la inmensidad de un cosmos incognoscible. Basado en un principio estético japonés llamado wabi (traducible por “pobreza” y que consiste en demostrar la riqueza del universo que paradójicamente se halla encerrada en los objetos más pobres), el poema da buena cuenta de todo aquello que sobrepasa la existencia del mortal humano. Sin que el hombre preste atención a millones de miríadas de fenómenos, el mundo sigue su dinámico destino. La humanidad entera no es más que una milésima de ese maravilloso reloj cuántico. Nada que ver con el logocentrismo occidental que concibe todo aquello que reflexiona, nada más.

Y, sin embargo, esa pequeñez del hombre, ese wabi inherente a su existencia, es capaz de soslayar toda la riqueza de un universo exponencial en apenas cinco versos. A través de la palabra.



domingo, 5 de septiembre de 2010

Nombre común o nombre propio

Sin decir una palabra, los dos se levantan despacio de la roca y cogen sus fusiles. Y, tras intercambiarse una mirada, empiezan a andar delante de mí.

-Te debe parecer extraño que todavía tengamos que cargar con estos armatostes de hierro tan pesados, ¿verdad? –dice el alto volviéndose hacia mí-. No sirven para nada. Ni siquiera están cargados.
-Son sólo un signo –interviene el fornido sin mirarme-. Un signo de lo que hemos abandonado, de lo que hemos dejado atrás.
-Los símbolos son importantes –dice el alto-. Ya ves. Como da la casualidad de que tenemos fusiles, de que vestimos uniformes, aquí volvemos a desempeñar el papel de centinelas. Es nuestra función. Los símbolos nos conducen a eso.
-¿Tú tienes algo de esto? ¿Algo que pueda convertirse en un signo? –pregunta el fornido.
Sacudo la cabeza.
-No. No llevo nada. Lo único que llevo son recuerdos.
-Vaya –dice el fornido-. Conque recuerdos, ¿eh?
-No importa –dice el alto-. Los recuerdos pueden ser un gran símbolo. Claro que los recuerdos nunca sabes hasta cuándo vas a tenerlos, y tampoco, ya de por sí, lo sólidos que son.
-A ser posible, es mejor algo que tenga forma –dice el fornido-. Es más fácil de entender.
-Como un fusil –dice el alto-. Por cierto, ¿cómo te llamas?
-Kafka Tamura –respondo.
-Kafka Tamura –repiten los dos.
-¡Qué nombre tan raro! –dice el alto.
-¡Y qué lo digas! –dice el fornido.


El resto del camino lo recorremos en silencio.

Haruki Murakami, Kafka en la orilla (trad. Lourdes Porta), capítulo 43

Anclados en un nombre común, la palabra "centinela", los dos soldados de Kafka en la orilla, desaparecidos durante la Segunda Guerra Mundial pero milagrosamente aún vivos, persisten en una existencia simbólica, tomando el mismo signo como vivienda, la etiqueta como cimiento. Así es como actúa el sustantivo común: genera una categoría que iguala al raso a los diferentes especímenes que designa. En realidad, uno es alto, el otro fornido, pero ambos son centinelas, y así los categorizamos, prejuzgamos y asimilamos en nuestra mente.


En tiempos modernos hemos luchado por hacernos un nombre para incluirnos en una categoría: ejecutivo, catedrático, bombero. Entrar en el sustantivo común ha implicado lucha, deseo de progreso, rivalidad, competencia. Contra este poder del sustantivo común, la novela propone la potencialidad del nombre propio –Kafka Tamura, que podrá tener resonancias evidentes pero sigue siendo singular- como forma de empezar algo nuevo, un sistema de juicio más allá que el de la modernidad. La vacuidad que evoca todo nombre propio es el terreno donde cada persona puede realizarse de nuevo. Sigue siendo un símbolo, por supuesto, pero el sustantivo propio, intraducible, es un símbolo de carácter especial, pues su significado no es nunca automático ni procede de la convención, a diferencia del sustantivo común.


Cuando percibimos una persona a través de un nombre común (manchego, cuñado, taxista) la despojamos de toda la singularidad que el sujeto pueda tener, y prestamos atención a lo que ha llegado a ser a través de la oposición con el resto de seres. Cuando la percibimos a través de su nombre propio (Héctor, Noriko, Omar) hacemos fehaciente la singularidad que esa persona posee, singularidad que podemos empezar a construir nosotros mismos, sin oposición ni contraste posible con ninguna otra categoría o colectivo (a excepción, quizá, de una banalidad: la nacionalidad), usando o no los despojos del nombre común que la deconstrucción de su personalidad nos ha dejado. Decidiremos, entonces, si acoplarle o no un fusil al centinela, como sí eligieron los dos soldados del fragmento de Murakami. Tal vez sea lo más cómodo.